Continúo el primer reto descrito por Zack anteriormente. Con Uds. Runa.
Runa
Sin productividad no hay comida. Sin excedentes, se lo
repetía Runa, no podríamos... Calló. Asentía. Miraba la tierra. Hiciera lo que
hiciera esta era yerma, jamás pegarían como Runa le decía. Ni haciéndolo como su
padre. ¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? Se preguntaba inútilmente. Runa. No
podía entender cómo la parcela de los demás sí pegaba y la de él no. ¿Estaba
haciendo algo mal? No. Seguía los procedimientos cuidadosamente, metódicamente,
pero nada. ¿Era el dios aquel que se yergue con los báculos el culpable? ¿Aquel
ser felínico, horrososo y fantasmagórico el que se empeñaba en neutralizarlo?
No, imposible. ¿Había visto el ritual? Sí, claro. Muchas veces. Había coreado,
recitado, entonado cada verso, cada parábola, cada estrofa rítmicamente,
simétricamente, cadentemente. Siguiendo a Runa. ¿Había sentido el poder? Eso
era lo que más le preocupaba, pues, si bien había visto las escenas y había
escuchado al dios felínico, su experiencia se resumía solo a eso. Nunca pudo sentirlo. Pero para él le estaba vetado.
¿Qué diría su madre? Fracaso... Luego venían otras prguntas, ¿por qué aquellos
roles marcados? ¿Por qué Runa tenía que mandar? ¿Acaso él no podía escuchar lo
mismo que su amigo? ¿No habían crecido juntos acaso? Los roles, los malditos
roles, le repetía su madre.
¿Tendrá la culpa el movimiento? Dicen que un templo del
felínico se destruyó sin piedad. Mató a todos los cultores que se encontraban
dentro y a algunos iniciados. «No pudo ser prevenido porque en las visiones
jamás lo mencionaron. Los dioses se están moviendo.» «Los productos no fueron los
suficientes y el dios me ha hablado: él necesita más. Más.» ¿Desde entonces las
predicciones de Runa ya no eran tan acertadas? Al menos a mí no me funcionaban…
La especialización era fundamental y como mis abuelos, yo
había decidido trabajar la tierra. Lo mío eran plantas, sus semillas y cómo
podía aprovecharlas al máximo. Runa, en cambio, decidió separarse de la
tradición familiar. Él se hizo cultor del dios felínico, cuyos cabellos no
crecían en nuestras tierras sino en la frondosa vegetación gobernada por los
otros. Quizá fue ese el origen de todo. «Ayúdame a encontrar los cabellos del
dios.» Conocía a Runa y hacerlo no me costaría mucho: obtener las plantas del
monte, cambiarlas acá… Asentí. El viaje duraba todo un ciclo lunar. Quizá a mi
regreso mi parcela mejoraría y tierra se renovaría. Runa además así me lo
aseguraba.
El viaje no estuvo exento de problemas. Vi cómo una llama de
una familia se volvió loca y perdió todo el cargamento. Incluso la mía… Algunos
huarpas que no tenían fe en nuestro dios intentaron matarme. Tuve que escaparme
y dejar atrás algunas ofrendas para los extranjeros del monte. Quizá no debí
salir de las cercanías del templo, lejos de la protección de Él. ¿Tendré que
cazar yo mismo los escurridizos cabellos de nuestro Señor? ¿Hacerles frente a
aquellas bestias no era tarea fácil y no tenía ya ni las ganas ni herramientas?
Tan solo conseguí cuatro cabellos de nuestro dios. Los aislé
en una pequeña vasija hermética que unos conocidos de mi padre que vivían
alejados del templo pero que aun profesaban el amor a nuestro dios me habían
dado. No conseguí nada para cambiar ni alimentarme. Runa no me abandonaría.
Cuando fui a verlo en lo más profundo de nuestro templo, él
estaba en trance pero esta vez era diferente. Él estaba botando cabellos de
nuestro Dios, me escondí entre las intersecciones. Se ha pasado, se ha pasado,
oí a los otros sacerdotes. El viaje, todo, había sido en vano.